Corsarios en Ibiza. La Patente de Corso
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Corsarios (I)
Introducción: Un comercio forzado
Como es sobradamente conocido, los tiempos modernos son testigos del
proceso de transición del poderío Mediterráneo hacia el nuevo eje económico
mundial que acaba por situarse en el Atlántico. Desde las postrimerías del
siglo XVI, los navegantes nórdicos -hanseáticos holandeses principalmenteintroducen el grano centroeuropeo, en el Mediterráneo, estableciendo su base
mercantil en el puerto franco toscano de Livorno15. partir de entonces, gentes
británicas de las Provincias Unidas de los Países Bajos incrementarán su
presencia colocando sus manufacturas en los diversos mercados del mar interior.
Ello motiva su apertura de consulados en las regencias magrebíes, además de las
ciudades portuarias italianas y, cómo no, en la mismísima Puerta Sublime, otras «escalas» de los confines orientales. Los franceses, naturalmente, tratarían de
emularles abriendo representaciones diplomáticas en el norte de África en las
diversas islas del mar Egeo. Todos estos contactos prefiguran la persistencia de
un tráfico mercantil de dimensiones considerables que circulaba desde hacia
todos los rincones del Mediterráneo.
No todas las sociedades portuarias mediterráneas disfrutaban de similares
estructuras mercantiles que les permitiera practicar este negocio un mismo
nivel. Sin embargo, ninguna estaba dispuesta desaprovechar el importante flujo
comercial existente. Los recursos disponibles eran diferentes, por lo que sus
estrategias debían, igualmente, diferir claramente. Ciudades portuarias firmemente
consolidadas, como Valencia, Barcelona, Marsella, Genova, Nápoles y Venecia
aportaban sus sistemas de navegación, más bien convencionales, que tantos buenos
frutos les habían deparado. El resto, puertos de segunda fila, debían acudir otras
modalidades para, cuanto menos, poder compartir esta riqueza. Es en esta situación
de competidvidad, en la que las fuerzas participantes son todas luces desiguales, en
la que se inserta el caos imperante, ese desorden generalizado ante tanto vaivén
político. De nuevo, en dicha coyuntura, el corso se erige como vía alternativa para la
realización del comercio marítimo. Es, en este sentido, cómo debe entenderse
esta nueva faceta de la depredación legítima la que responde esta institución
naval: el de su constitución como vía legal de llevar adelante la práctica comercial.
Bajo este prisma, la estrategia del corso favorece los intereses de las sociedades
«secundarias» ya en proceso de marginación. Entre las primeras, figura el realizado
por los moradores de las islas Baleares (especialmente, Mallorca Ibiza; Menorca
intervendrá durante el XVIII, bajo pabellón británico), así como por los de Córcega,
Cerdeña, Sicilia y, posiblemente, por los de algunas islas del Egeo -las actividades
posteriores de los maniotas griegos podrán servir de referencia17-. su lado, los
puertos magrebíes, las repúblicas berberiscas de Argel, Túnez Trípoli, además de
otros puertos como Djijelli, Bujía, Oran, Tabarca, etc., se ven seriamente impelidas
practicar el corsarismo como vehículo comercial que les aporta grandes ganancias.
Llegados este punto, siempre recordando el galimatías político imperante,
resulta muy complicado establecer diferencias plenamente convincentes entre un
comercio, llamemos convencional, mayormente conducido de forma «pacífica»
frente a otro que sabe explotar a la perfección la coyuntura, el desconcierto para extraer cuantiosos réditos18. Los corsarios, confundidos -si es que cabe dicho
disfraz- de comerciantes, cargan sus bastimentos de productos autóctonos
-aceite, por ejemplo- regresan con embarcaciones apresadas, con sus
mercancías, con sus tripulaciones como esclavos.
La operación es perfecta.
Corsarios (II)
El negocio está la vuelta de la esquina. No hay que desaprovecharlo. Los cónsules
franceses en Genova Li vorno protestan una semana sí otra también, por las
interferencias que están causando diario los malditos corsarios, tanto los
berberiscos como los subditos del Rey Católico. Como víctimas de sus intervenciones,
buscan desesperadamente los mejores sistemas para evitar sus ataques -flotas
convoyes, presencia intimidante de la Marina francesa-; incluso, en los momentos de
tregua, se sugiere la presencia de los mismos corsarios magrebíes para disuadir sus
homónimos hispanos. Es inútil, Las intercepciones de este tráfico es especialmente
intensa durante los meses de los contactos entre las ferias de Beaucaire las de Pisa.
Su atractivo despierta, sin embargo, el interés de los corsistas berberiscos que, pese
las paces alcanzadas con los franceses, prefieren la captura del mercante los
beneficios de la tregua. Las quejas resultan interminables. Algo parecido sufrirán los
responsables de la riqueza de la república de San Marco, Venecia, cuando en su
comercio privilegiado con el Gran Turco, corsarios de uno otro signo capturen sus
mercantes19. Sus captores apelarán la ilegitimidad de comerciar con el enemigo
-léase, practicar un cierto tipo de contrabando- para secuestrar los bienes. De esta
manera, otros dos sistemas comerciales alternativos -el referido del contrabando
el ejercido por la navegación de los neutrales- acabará convirtiéndose en claro
objetivo del corso. de poco, de nada, servirán las reclamaciones.
La vertiente económico-comercial del corso es esencial para explicar su realidad
Parecerá una obviedad, pero de no resultar un buen negocio, esta navegación, siempre
arriesgada, hubiera conocido otra historia. Permítaseme cerrar este apartado
exponiendo unas consideraciones sobre el nivel empresarial alcanzado por el corso,
en particular por el caso mallorquín durante los años setenta del siglo XVI.
ibiza, tuvo siempre fama de plaza bien artillada, a pesar de
contar con una milicia y una guarnición que en 1666 superaba los 2.400 hombres: la mayor parte de sus 54 piezas eran de bronce. también en esta isla se
registraría un esfuerzo de la corona por remediar los males de una indefensión
secular. Pero lo cierto es que la corona difícilmente podía mantener la
guarnición al completo y la milicia no era una solución de garantía, de manera
que la isla, en algunos casos, podría hacer frente con éxito a la amenaza
berberisca, pero sus opciones ante una armada enviada por los rebeldes
flamencos o por Francia eran escasas, por no decir nulas.
Ibiza - Eivissa
Apenas tres semanas después de honrar a su patrona, la Virgen del Carmen, los marinos y gentes de la mar de las Pitiüses celebraban, cada seis de agosto, el día de su patrón, Sant Salvador, una de las festividades con mayor arraigo popular. Las primeras noticias que se conocen de Sant Salvador proceden del siglo XIV.
Una de las primeras cofradías aparecidas en Eivissa era la que agrupaba a gentes relacionadas con el mar. Según Joan Marí Cardona, “debían ser un gremio potente y con recursos, porque fueron quienes edificaron la capilla de Sant Salvador, que formaba parte del museo arqueológico. Mas adelante, quienes trabajaban en la zona portuaria formaron otro gremio, el de Sant Josep, y edificaron la iglesia de Sant Elm. En el siglo XV ambos gremios se unen y se trasladan a la iglesia de abajo, por lo que esta parroquia comienza a llamarse también de Sant Elm, pero sin por ello perder su nombre original.
Corsarios (III)
La historia revela que la actual parroquia de Sant Salvador de La Marina se construyó en el antiguo edificio dedicado a Sant Elm cuando alrededor de 1782 el obispo Abad y Lasierra organizó las divisiones parroquiales en las pitiüses.
En esta jornada también tiene lugar el tradicional homenaje a los corsarios ibicencos, frente al obelisco situado en los andenes del puerto, por sus características posiblemente único en el mundo.
Como corsarios se denominaba a quienes mandaban una embarcación armada en corso (las primeras ordenanzas las dictó el Condado de Barcelona en 1356) con patente del rey y con permiso para atacar a todas las embarcaciones enemigas de la corona. Eran, pues, una especie de marina privada que actuaba legalmente, al lado de la Armada Real, y que por tanto nada tenían que ver con los piratas.
Si robaban, lo hacían con autorización regia, y una quinta parte de los beneficios que obtenían (el “quinto” legislado por los Reyes Católicos en 1480) debían pagarla como impuesto a la Hacienda real.
Solían llevar la bandera del país al que pertenecían, aunque acostumbraban a cambiarla para engañar al adversario, hasta que estuvieran demasiado cerca para que éste pudiera reparar el engaño.
Y, eso sí, una de sus principales limitaciones era la de no robar a embarcaciones de cristianos, fueran del país que fueran.
Estos arrojados marinos todavía conservan en Eivissa una aureola de fama y un prestigio casi legendario. El monumento de “Ibiza a sus corsarios” fue erigido en 1915, en memoria del valiente Antonio Riquer Arabí, quien entre otras hazañas, en 1806 capturó al pirata inglés Novelli, alias El Papa, con su barco Felicity, y del que recientemente se ha conmemorado el 150 aniversario de su muerte. Otros corsarios famosos fueron Pere Bernat, Antonio Pascual, la saga de los hermanos Sala…
La expansión de la marina ibicenca se produjo a lo largo del siglo XVII. Los arrojados corsarios hacían la vida imposible a la embarcaciones enemigas, y ello supuso, por ejemplo, que los fuertes ataques de piratería sufridos por la isla en otras épocas se vieran mucho más reducidos.
Hasta al menos el año 1620, Eivissa sufrió las incursiones y rapiñas de turcos, berberiscos y otras potencias enemigas de la Corona; pero a partir de entonces, los jabeques ibicencos, en un claro ejemplo de la tan conocida política de “la mejor defensa es un buen ataque”, además de defender las costas y aguas isleñas, comenzaron también a corsear por las costas de África, capturando cautivos y bienes de todas clases. Ello permitió, además, un auge cada vez mayor de la industria naval pitiusa y que Formentera dejara de ser, a su vez, refugio de piratas.
Patente de Corso (I)
La patente de corso fue un instrumento legal utilizado durante la era de los corsarios y los piratas en el pasado. Esta patente era otorgada por los gobiernos a ciertos individuos o barcos, permitiéndoles atacar y saquear a los enemigos de su país. A cambio, los corsarios debían entregar parte del botín obtenido al gobierno que les había dado la patente.
La patente de corso tenía sus orígenes en la necesidad de los países de proteger sus intereses marítimos y debilitar a sus enemigos. Durante épocas de guerra, los gobiernos otorgaban estas patentes a marineros y capitanes audaces que estaban dispuestos a arriesgar sus vidas en el mar para dañar a las flotas enemigas y capturar sus riquezas.
La patente de corso no solo permitía a los corsarios atacar a barcos enemigos, sino que también les daba cierta legitimidad en sus acciones. Aunque aún eran considerados piratas por los países enemigos, tenían la protección y el respaldo de su propio gobierno. Estas patentes estipulaban las reglas y condiciones bajo las cuales los corsarios podían operar. Por ejemplo, se les prohibía atacar barcos de su propia nación o de países aliados. Además, debían seguir ciertos códigos de conducta, como no dañar a la tripulación de los barcos capturados, a menos que se resistieran o intentaran hundir su embarcación.
Patente de Corso (II)
La patente de corso fue una herramienta efectiva para los gobiernos, ya que les permitía debilitar a sus enemigos sin tener que asumir directamente la responsabilidad de sus acciones.
Además, al recibir una parte del botín, los gobiernos también se beneficiaban económicamente de las actividades de los corsarios.
La patente de corso también tenía implicaciones políticas y diplomáticas.
Al otorgar estas licencias a corsarios, los gobiernos podían debilitar a sus enemigos y obstaculizar su comercio marítimo sin tener que comprometer directamente a su propia flota.
Además, la patente de corso permitía a los países expandir su influencia y control en áreas estratégicas, ya que los corsarios podían operar en aguas lejanas y colonias enemigas.
Sin embargo, esta práctica también generaba tensiones y conflictos diplomáticos, ya que los países afectados por los ataques de corsarios a menudo buscaban represalias y justicia por los daños sufridos.
Patente de Corso (III)
Sin embargo, el sistema de patente de corso también tenía sus desafíos y problemas.
Algunos corsarios abusaban de su poder y atacaban a barcos indiscriminadamente, sin importar su nacionalidad.
Además, los enemigos a menudo consideraban a los corsarios simplemente como piratas sin ningún estatus legal.
Con el tiempo, la patente de corso fue perdiendo su relevancia a medida que los países comenzaron a fortalecer sus flotas navales y a adoptar un enfoque más directo en la guerra en el mar.
Finalmente, en el siglo XIX, la práctica de otorgar patentes de corso quedó en desuso y fue reemplazada por tratados internacionales y leyes marítimas más estrictas.
Aunque la patente de corso es parte de la historia marítima y de la era de los corsarios y piratas, su legado sigue siendo objeto de debate y controversia.
Algunos la ven como una forma de legalizar la piratería, mientras que otros la consideran simplemente como una estrategia de guerra en tiempos pasados.
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